Diógenes y Alejandro
Al oír hablar de Diógenes, Alejandro Magno
quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo estaba acostado tomando el
sol, Alejandro se paró ante él. Diógenes se percató también de su presencia y
levantó la mano comprobando que, efectivamente, el sol ya no se proyectaba
sobre su cuerpo.
Entonces se quedó mirándolo: mi nombre es
Alejandro el Grande – Dijo el Emperador
Yo soy Diógenes el perro – respondió el
sabio
He oído de ti que algunos te llaman perro y
otros te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro
entre estos últimos.
Diógenes parecía
no poner atención en lo que su interlocutor le decía, sino que más bien buscaba
el sol que Alejandro le tapaba.
Quería demostrarte
mi admiración - dijo el joven - ¡Pídeme lo que tú quieras! Puedo darte
cualquier cosa que desees, incluso aquellas que los hombre más ricos de Atenas
no se atreverían ni a soñar.
No seré yo quien
te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol.
Que sus rayos me toquen es mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad
y también es cierto que sólo tú puedes darme esa satisfacción –respondió el
sabio.
Alejandro,
sorprendido, dijo: si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le
pediré a Dios que no me convierta en Alejandro, sino en Diógenes. Pero el sabio
sonrió y dijo: ¿Quién te impide serlo ahora?, ¿A dónde vas? Durante meses he
visto pasar ejércitos ¿A dónde van?, ¿Para qué?
Voy a la India a
conquistar el mundo entero. – dijo Alejandro.
Y después ¿qué vas
a hacer? - preguntó Diógenes
Después voy a
descansar.
Entonces Diógenes
se rió de nuevo y dijo: ¡Estás loco! Yo estoy descansando ahora. No he
conquistado el mundo y no veo qué necesidad hay de hacerlo. Si al final quieres
descansar y relajarte, ¿por qué no lo haces ahora? Si no descansas ahora, nunca
lo harás. Tú también morirás, Alejandro. Todo el mundo se muere en medio del
camino, en medio del viaje hacia la conquista. Mejor descansa aquí y ahora y
conquístate a ti mismo.
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